sábado, 24 de marzo de 2012

GARDNER NO CONOCIA EL BUGABBOO

Para los que no éramos nada amables con los tentes de playmobil y nos dolía la barriga cuando tocaba clase de Pretecnología en el colegio, el montaje de un simple coche de bebé que te entregan en una caja de cartón de 80 centrímetros, resulta cuanto menos irritante.

Después de perderme una y otra vez por sus hojas de dibujos y explicaciones sinsentido, he llegado a la conclusión que las instrucciones de montaje de todos estos artilugios pre-arquitectónicos las elabora algún enterao, que se cree que todos tenemos una mente preclara para dichos asuntos, y por eso y con muchas prisas por terminar, en vez de un manual como mandan los cánones de la brico-ciencia, te enchufa un “briconsejo” en A5, a un color, con dibujos abstractos del más pequeño de sus 4 hijos, y ahí te las apañes tú después con el susodicho pliego de condiciones.

Aunque haciendo honor a la verdad, si Howard Gardner hubiera sido mi vecino y oyera mi desesperación y mi lamento al otro lado de la pared y, por qué no decirlo, conociera de mi inutilidad manifiesta para saber dónde coño va éste o aquel tornillo, seguramente no hubiera tenido tan clara su famosa tesis de las Inteligencias Múltiples, y por supuesto, hubiera tardado algo más en atreverse a afirmar que existe una que llamamos cinética y otra que llamamos espacial. Aquí, querido Howy, estas dos ni están ni se las espera. Ya ves, los hay excepcionales como yo.

Envuelto en esta estresante y triste reflexión sobre mis déficits intelectuales, bajé a toda velocidad por la Real dando enorme chupadas de indignación a un light, que acabé consumiendo vorazmente a mitad de recorrido, y que me llevó a encender otro antes de darme casi cuenta de ello. Una hora después, más tranquilo y con el objetivo del montaje en el bolsillo por obra y gracia de la mente gardneriana que duerme al otro lado de la cama, mis otras (y realmente pocas) inteligencias, empezaron ya a masticar la patética experiencia vivida con el bueno de BUGABOO, y durante alguna que otra noche seguro que no me dejarán dormir mucho.

Por cierto, un nombre insulso y propio de un amigo apátrida de bambi, para un artefacto tan maléfico y perverso. Dicho queda, enterao.

Y es que reconozco que el montaje del carrito de moda en cuestión y la metáfora dolorosa de su “construcción” ha supuesto toda una vivencia preparatoria para mí, como cuando pruebas una demo que ni siquiera consigues dominar. Una especie de ejercicio de calentamiento justo antes de saltar al campo para jugar la mismísima final de Champions. Todo un aprendizaje y experiencia vital. Pura pedagogía.

Para no irme por las ramas, me explico: es posible que me haya dado cuenta definitivamente de lo que verdaderamente está ocurriendo y de que hay otro montaje, otra “construcción” infinitivamente más importante a la vuelta de la esquina. Volverán a tocar el timbre dentro de pocos meses y esta vez el paquete será más pequeño, muy frágil y muy muy complejo. Y no sé si con un pan bajo el brazo, pero lo que seguro no traerá es un briconsejo en A5 en forma de libro de instrucciones. Y eso, claro, acojona hasta a Bill Cosby, padre ejemplar donde los haya. Con el enfado en el cuerpo y el susto y la responsabilidad del mañana aún en la cara, he salido a la puerta del trabajo a saborear un nuevo filter suave, y a pensar más serenamente en todos estas sensaciones, que esta vez han llegado verdaderamente cristalinas. Respiro. Otra calada. Vuelve la normalidad.

Llegan las siete. Vuelvo a casa despacio, con un nuevo blue en la mano, perdido y ensimismado. Subo de nuevo la misma Real de cada día, que a estas horas baja bulliciosa y alegre, como un río de montaña, lleno de vida, de luces y ruido de motores en retirada. Cae la tarde del viernes y vuelvo a devorar otra semana frenética de compromisos, visitas y reuniones. Y aunque marzo mayea, se ha levantado algo de frío a estas horas. El invierno todavía pelea con sus últimas fuerzas contra los pólenes, el sol y las mariposas primaverales, pero me da que mañana estará de nuevo perdido.

Ya en casa, con las pulsaciones en reposo y ahuyentando el malhumor de éstos últimos días, recurro como tantas otras veces (pocas, últimamente) a una nueva hoja en blanco, para que vuelva a hacer magia y me ayude a imaginar ese mundo desconocido que me encontraré cuando caiga un nuevo solsticio, cuando la noche se vuelva a hacer larga y solitaria y el llanto de un bebé acompañe las primeras heladas.

Empiezo a escribir una nueva versión de este monólogo existencial que me acompaña toda mi vida, de una nueva experiencia vital, que seguro lo cambiará todo, como todas lo suelen hacer. Tecleo y tecleo y se hace muy de noche, demasiado quizás. Un último cigarro antes de cerrar el ordenador, anunciará mi retirada por hoy. Como de puntillas, me acerco para echar un nuevo vistazo al carro de moda, recién montado, recién ubicado. También descansa tranquilamente en su rincón, esperando su momento, pero parece que me mira y se descojona de mí... Decididamente me voy a dormir.

Día dos, después de la paranoia. Amanece lentamente un sábado soleado y parece que mi prima Vera viene ya con ganas de alterarme y congestionar a todo quisqui así que ojalá no se olvide de regar un poco el patio y las plantas porque si no, estaremos jodidos. Indalecio se marchó sin avisar hace unos días, pero a esas horas se le suele oír revolotear junto a su tropa. No anda muy lejos de casa. El primer cigarro sienta regular pero con un poco de jazz de Lester Young decido volver a la hoja casi en blanco y a rizar el rizo de la metáfora de la construcción. A pesar del madrugón, ha vuelto algo de lucidez y me apetece divertirme.

El amigo Young y el amanecer son propicios para cualquier cosa y a mí hoy, me han llevado a imaginar cómo debería de ser ese Libro de Instrucciones, ese Briconsejo o Esquema de Construcción de un Ser Humano, que tan bien me vendría este próximo verano. Y de desayuno: toma pareado.

Pensando un poco en su contenido, alcanzo enseguida una idea inicial: un primer gran bloque de ese “Manual para Papás acinéticos” debería contener un breve pero completo diccionario oficial sobre los significados más importantes de todas las modalidades de llantos, chillidos, gruñidos y onomatopeyas varias que emitirá el nuevo inquilino desde el mismo momento del nacimiento. Sí eso es. Traducción simultánea.
Porque saber si en vez de darle otro biberón, debería de cambiarle el pañal, ponerle crema, dormirle, acunarle o en última instancia entregársele directamente al diablo y salir de allí por patas, sería un gran avance para nosotros los inocentes e ignorantes iniciados en la materia, y además, se podrían ahorrar muchos problemas de sueño y de malhumor y por consiguiente de productividad, que no está la cosa como para cagarla en el trabajo. Pues sí, decididamente un diccionario sería un primer bloque imprescindible para aguantar el tirón unos cuantos meses, o incluso hasta el primer cumpleaños feliz del proyecto hombre. Quien sabe. Apunta, enterao.


Más adelante, y como suele ser habitual también en cualquier actividad de la ciencia bricoilógica a las que al menos yo me enfrento cada cierto tiempo, siempre surgen problemas inesperados. Pequeños o grandes contratiempos en la construcción o el montaje, que exigen lo mejor de uno mismo (o en mi caso de mi mujer, que generalmente toma las riendas porque es ella quien tiene esa mente preclara gardneriana tan necesaria para estos asuntos). Pero a lo que íbamos: ¿y con el loco bajito qué? ¿Qué hacemos en estos casos? No estaría de más por tanto, un segundo bloque que se titulara algo así como “Mi papá lo arregla todo y todo” pues sería preocupante y de mal pedagogo (que yo no soy), que tu hijo pensara que cuando algo en esta puta vida no se puede “atornillar” como tú quieres, lo mejor es tirarlo a tomar por culo por la ventana, acompañando siempre la caída con unas cuantas menciones a la máquina de corte que lo parió, como hace su futuro padre tantas veces, dicho sea de paso.

Este bloque, por tanto, primordial también. Y sin dibujos, que después pasa lo que pasa y salta otro cortocircuito.

Y como no hay dos sin tres, me conformo con un tercer y último bloque, esta vez “monográfico”, si es posible, sobre esa maravillosa y felicísima etapa de la adolescencia. Una época en la que te crees el nuevo y mejorado James Dean, pero en la que no puedes disimular todos esos putos granos que tienes en toda la jeta y donde como las ostias me van a venir por todos los sitios, poder tener a mano el manual-monográfico para consultarlo desaforado e incrédulo por lo que estoy viviendo, ó en el peor de los casos, para tirárselo a la cabeza a la menor gilipollez o“pavonada” quinceañera, no tiene precio.

Y es que viendo como está el percal por esos estadios del desarrollo humano, casi prefiero el paquete que llega en julio sin briconsejo, que el “paquete” en el que se convertirá unos catorce julios después, cuando otro nuevo hortera guaperas, el Justin Bieber de turno resuene por toda la casa y aparezca colgado de todas las paredes.
Supongo que el día que me llame anticuado cuando le ponga mis canciones de los Who, o le enseñe mis escritos, supongo que ese día todo se habrá ido a tomar por culo definitivamente, claro. En fin…que no es momento de agobios…y que no estábamos hablando de mí, ¡coño! Venga, un cigarro…

Día tres, después de la paranoia. Domingo. 8.15. de la mañana. Sentado en el patio ya se puede ver un cielo totalmente azul, casi veraniego. El sol, sin embargo, es tenue aún pero también luce ya muy alto y fantástico. Primer light de domingo. Todavía corre una ligera brisa de mañana invernal que poco a poco irá dejando su estela hasta el próximo año. Aún así, no hace nada de frío. El silencio es casi total a estas horas de la mañana y sólo se escucha el fuerte susurro de las ramas de los árboles, que asoman su copa por encima del tejado del patio, y el discurso animado de los pájaros del parque de aquí al lado. Uno de ellos, el más querido para nosotros, ha vuelto a casa esta mañana. Indalecio es un nombre feo, pero él es un pájaro, no un ser humano. A él le da igual. Seguro.


Al llegar a casa, se posa en su esquina habitual. Está tranquilo, feliz y seguro. Disfruta de su canto y me hace sonreír varias veces. Lo pasamos bien. Sigo sentado fuera, en su compañía, disfrutando del sol, del silencio y del canto de Indalecio. Tras charlar un buen rato, se marcha de nuevo con un fuerte aleteo y su cola de color naranja desaparece detrás del tejado, como despidiéndose por hoy, mientras el sol sigue colocando a todos en su sitio y la mañana avanza ya decidida.

Ahora lo veo todo más claro. Será más o menos así, como fue esta mañana. Sólo hay que dejar que ocurra sin más, y saborearlo cada día. Nada más. No hace falta hacer más. En el fondo, no hay nada más...

Querido Carlos, te esperamos.

3 comentarios:

  1. Que bueno eres amigo....

    solo decirte q tu inteligencia es brillante aunque no sea ciberespacial o motora.

    te esperamos carlos!!!!

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  2. Que bueno eres amigo....

    solo decirte q tu inteligencia es brillante aunque no sea ciberespacial o motora.

    te esperamos carlos!!!!

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  3. Arriba el Bugaboo, Tú, Carlos y la madre que lo va a parir!!

    BESOS FAMILIA.

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