miércoles, 9 de junio de 2010

HAGAN JUEGO (II PARTE)

La mugre se alojaba en las esquinas como gárgolas, otorgando un aspecto de antepasados y conspiraciones. Nada de lo que se ofrecía ante mis ojos merecía la pena. Nada de lo que respiraba me devolvía la vida.

Bajando del taxi, me lleve conmigo un trozo de pena que encontré en el asiento trasero. Pague por ella más de lo que llevaba encima. "Si te llevas esa tristeza contigo, no me pagues ahora, ya me pagarás con los años". Fue lo más amable que atinó a decirme aquel conductor enjuto y deforme.
Pagué y bajé. Luces de neón que ciegan a quién las mira con descaro. Contuve el aliento. No recordaba el motivo de haber elegido este lugar para comenzar mi nueva vida. Pero el camino de vuelta ya se había difuminado con el chirriar de ruedas que se alejan. No había vuelta atrás.

En la inmensa oscuridad, el rosa eléctrico del cartel, iluminaba en mi mano los pocos ahorros que la angustia me había dejado recoger antes de abandonar aquel infierno de casa. Tan escasos eran, que me vomitaba a mi mismo una mediocridad orgullosa de saberse dueña de mi persona.

Nada de lo que respiraba me devolvía la vida, y sin embargo, no me faltaban las ganas de un prenatal por vivir. Cada paso hacía la puerta era un preámbulo del paso siguiente. Y allí estaba aquella puta, tan grande y tan, tan ella. El deseo me invadió y miré de nuevo mi mano, crédulo de lo que de sí podían dar aquellas monedas y la mejor forma de invertirlo. No era el objetivo, pero el deseo no me decía lo mismo. Nunca antes había visto tan de cerca aquel mito de mujer nocturna que calma heridas de la misma manera que calma erecciones.

Miriam Izquierdo.


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viernes, 4 de junio de 2010

HAGAN JUEGO (PARTE I)

Recuerdo mi primera experiencia en aquel lugar como si fuera ayer mismo. Tenía 14 ó 15 años, y aquella noche, mi padre estaba dándole una tremenda paliza a mi madre, como era de costumbre en él por aquella época. Cuando salí al jardín lleno de rabia y de llanto contenido, volví a ver de nuevo aquel taxi aparcado al otro lado de la calle. No fui capaz de reconocer al conductor de aquel siniestro vehículo, pero comprendí que hoy me estaba esperando a mí, y también intuía donde me llevaria.

Tras un largo vacilar, recordé las palabras que mi madre siempre me decía, y que nunca hasta esa noche había llegado a entender del todo: "lo más importante es jugar bien tus fichas, porque quizá solo tengas una oportunidad, mi vida"

Con estos pensamientos en la cabeza, lleno de dudas y con el corazón latiendo cada vez más y más fuerte, decidí cruzar la calle, mientras las voces y los golpes de mi padre todavía retumbaban tras de mí.

Sequé mis lágrimas, respiré hondo y monté en aquel coche. Era un taxi mugriento y decadente de color rojo, con un conductor al que nunca conseguí ver tras aquella extraña mampara de seguridad, en la que sólo mi cara de adolescente asustado se reflejaba entre tanta oscuridad, como si una luz blanca y cegadora se hubiera encencido de repente dentro del habitáculo. Aquello me pareció excitante y una sonrisa inocente se escapó por fin de mi cara tras muchos días entumecida y triste.

Nunca olvidaré esa sonrisa, ese reflejo de adolescente intrépido. Aún hoy, cuando me miro al espejo aparece en mi mente con tanta fuerza, que aún creo verla frente a mí. Pero en una décima de segundo desaparece tan rápido que no me da tiempo a disfrutarla de nuevo...

El taxi arrancó y dejé atrás aquella casa, en mitad de la noche, rumbo a un lugar desconocido al que nunca había pensado llegar de aquella forma.

Hoy, 25 años después ya sé que todo el mundo va allí por primera vez en taxi. Casi todos te dejan en la puerta y se marchan sin más, como me ocurrió a mí. Bueno, realmente no todos, porque también al cabo de los años, me he dado cuenta de que si tienes suerte y das con un taxista enrollado y preocupado por su "cliente", que eres tú, un taxista de esos que ya pasaron por esta misma situación hace tiempo y no quieren que tengas "malos rollos", unos pocos consejos suyos puede que te ayuden a desenvolverte con un poco más de idea allí dentro. Pero si el taxista pasa de tí, ya sabes lo que hay...Estás tú...y tú. Punto.

En mi caso, el taxista pasó totalmente de mi, sinceramente. Durante todo el trayecto apenas se percató de mi presencia. Si me hubiera tirado en marcha, quizá ni se hubiera parado. Años más tarde me di cuenta de que yo también pasé de él, de preguntarle, vamos. Que quizá me hubiera contado algo de aquel lugar si me hubiera molestado en preguntarle. No sé...Fue todo tan rápido...

El caso es que se piró y allí estaba yo, con mis 14 años apunto de entrar en aquel
lugar del que tanto había oído, pero del que, en realidad, nada sabía. Era extraño...