Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba en el bolsillo de su pantalón. Aquel detective no tomaba fotos si no que hacía dibujos. Era extraño y casi divertido, pero no podía negar que había hecho un gran trabajo. Marta se situó frente a la casa y volvió a mirar la libreta. Ya no le quedó ninguna duda de que era allí. Se acercó por el jardín hasta la puerta y trató de imaginar qué haría si se los encontraba juntos. Pensó en muchas cosas, pero todas se evaporaron cuando él abrió. Se quedaron mirándose durante mil años y luego él la invitó a entrar. Olía a café recién hecho. Y a esperanza.

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