miércoles, 24 de julio de 2013

VIVIR IMPROVISANDO


Subí del baño aún extasiado. En la barra, cada vez más atestada de gente, Marta me esperaba con dos nuevas cervezas y con esa mirada lasciva que siempre pone después de follar, mientras reponía su color de labios. Sonreí y comprendió que vivía en su tela de araña. Respiré hondo y me bebí la cerveza casi de un trago. Le dije que tenía prisa pero insistió en que me tomara otra. Había quedado con una amiga y quería presentármela.
-¿Marcos, cariño,… no me dijiste que hoy saldrías tarde? Si lo llego a saber no anulo lo de la agencia. Al final, nos quedaremos sin vacaciones, Marta, te lo digo yo... ¿Pero qué coño haces aquí?
Marta me miró, pero esta vez no sonreía. Supongo que estaba esperando que cumpliera lo prometido.


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Siempre me tomo una birra en el irlandés de la esquina antes de coger el bus de camino a casa. Hay buen ambiente y las pintas son espectaculares. El bar estaba tranquilo esta tarde. Cuando aquella morena entró, todos en la barra pensamos lo mismo aunque de diferente forma.
-¿Es de alguien el Corsa rojo que está ahí fuera, por favor?-dijo desaforada.
Me levanté del taburete como una exhalación y me fui hacia ella, con la birra recién servida. Estaba demasiado buena como para dejar pasar la oportunidad y hoy me encontraba de suerte.
-Sí, es mío, guapa ¿En qué puedo ayudarte?
Me esperaba una sonrisa inicial de alivio que me facilitara el camino, pero me encontré con una buena hostia y unas palabras de recomendación.
-Deja en paz a mi madre, depravado hijo de puta.
Y se fue.
Cuando salí, el del Corsa no estaba.


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Cogía siempre el metro dos paradas después de la mía. Ayer la volví a ver. Camino a casa no conseguí apartar la mirada de ella ni un instante y perdí la noción del tiempo pensando en cómo sería su vida, a qué se dedicaría ó dónde viviría. Si tendría pareja, si sería feliz con ella ó si estaría dispuesta a todo. Como yo. Sólo sé que es preciosa. Posiblemente se llame Lucía. Es un nombre ideal para una mujer así...

Cuando volví a la realidad, ésta me golpeó con dureza. La rutina y los planes pre-establecidos me esperaban tres paradas más allá, a escasos seis minutos. Facturas por pagar, vacaciones por contratar, fiestas de cumpleaños para los niños, el coche que llevar al taller…Quedaban dos minutos menos. Se bajó del tren y sentí que mi vida se iba con ella. Me levanté asustado y forcé las puertas que ya se cerraban atrapándome en mi propia vida. Conseguí abrirlas ante el asombro del personal y el mío propio, y salí tras ella.

Subió a la calle y entró en una tienda de ultramarinos chinos. Compró unas cuantas cosas y comenzó de nuevo su camino. Supongo que se dirigía a casa. A la suya o a la de otra persona. Quizá alguien la esperaba para cenar y para hacer el amor de nuevo sobre el sofá de casa, o quizá iba a cocinar algo para celebrar un día especial con su madre o puede que con su hijo de siete años. Seguí sus pasos hasta un portal dos calles más allá. Me di cuenta de que no vivía lejos de mí y eso me hizo pensar que formaba parte de mi vida desde siempre. Esperé en la esquina a que entrara y me acerqué a la casa. Tenía un pequeño jardín, con cuatro macetas. Austero pero muy moderno.

Decidí entrar notando como el corazón se aceleraba demasiado. Tragué saliva y respiré hondo. No tenía ni puta idea de lo que estaba haciendo allí, pero tampoco tenía ganas de irme. Llamé al timbre...

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