martes, 4 de diciembre de 2012

ESPERANZA


Varsovia, que fue llamada “La París del Norte” quedó completamente destruída en la Segunda Guerra Mundial. A finales de 1944 el Stare Miasto (su centro histórico), sus calles, el ochenta por ciento de sus edificios, sus monumentos o sus parques no eran más que un triste recuerdo en la mente de los varsovianos supervivientes. Todo fue reducido a escombro, por un ejército nazi en retirada. Edificio a edificio, calle a calle…, todo fue devastado. Ceniza y caos. Sólo muerte y destrucción. Fín de la historia.

Cuando terminó la Guerra, tuvo lugar el milagro. Varsovia resurgió literalmente de sus cenizas cuál Ave Fénix, gracias a la colaboración y al esfuerzo de toda una nación, de todos los polacos. Incluso jóvenes de diferentes países acudían a la ciudad para ayudar en las tareas de desescombro. En algunas ocasiones, la reconstrucción se realizó con los mismos materiales originales, con los ladrillos y elementos decorativos que se amontonaban en cada esquina. Poco a poco, mes a mes, los edificios de Varsovia fueron reapareciendo en medio de un solar de destrucción. La vida y sobre todas las cosas, el futuro, empezaban a vislumbrarse de nuevo en el horizonte.

Bernardo Bellotto “Canaletto el joven”, fue un pintor veneciano del siglo XVIII que vivió durante dieciséis años en la ciudad de Varsovia. Pintó numerosos cuadros llenos de paisajes, panorámicas de la ciudad y de sus calles. Su pintura vedutista sirvió a los polacos para reconstruir una ciudad que ya no existía, tal y como existía. Igualmente los estudiantes de arquitectura polacos aportaron sus dibujos y maquetas para hacer realidad el milagro. Varsovia se convertía en una ciudad invencible.


Me llamo Miguel. Tengo treinta y cuatro años. Soy arquitecto. Escritor frustrado y parado de larga duración, que se dice. Vivo en Illescas, comarca de La Sagra. Provincia de Toledo. Acabo de volver de Varsovia, que hoy, es ciudad Patrimonio de la Humanidad. La ciudad invencible.

Eran algo más de las cinco cuando me quedé dormido. De vuelta a casa en el tren, pensaba en Varsovia, la inmortal, con la ciudad de Toledo a lo lejos, amotinada en alto frente a un nuevo y majestuoso atardecer de Diciembre. Los pocos rayos de sol que le quedaban al día, entraban silenciosos por la ventanilla, adormeciendo mi mirada perdida, calentando lenta y suavemente mis mejillas. El vaivén del tren y de sus motores hizo el resto.

Me desperté de repente, sobresaltado, en alguna estación intermedia. Frente a mí, se había sentado una joven que trataba con afán y con un poco de dificultad de colocar la maleta en la parte superior. Me levanté y la ayudé con los trastos.

No había reparado aún en su diminuta acompañante. Ni en sus preciosos ojos azules, que se apoderaron de mí por debajo de un gracioso flequillo. Sonrisa inocente y confiada. Mejillas de piel sonrosada y una voz pizpireta que me dijo un “hola” sincero, sin mentiras, pero sobre todo sin miedos. Un presente sin miedo y sobre todo, un futuro. Sonreí.


Llegué a mi destino cuando la noche ya era una realidad. Me despedí cortésmente de su madre y le pregunté a aquella niña cómo se llamaba. –“Esperanza”-me dijo.

Volví a sonreír ilusionado y le regalé algo que encontré en mi chaqueta.

-“Gracias, señor. ¿Qué es?”

-Es una foto de una ciudad especial. Como tú y como yo. Se llama Varsovia.


Se quedó mirando la foto, con una media sonrisa en los labios.


Al bajar del tren llamé a mi mujer para avisarle de que ya estaba aquí. La pequeña Lucía se puso enseguida al teléfono, impaciente. ¡Tenía tantas ganas de verla!.

Hace ya un par de horas que estoy en casa. Son más de las doce y me encuentro delante del ordenador, por primera vez después de dos años, enfrentándome al terror de escribir, luchando en realidad contra mis fantasmas, y contra mí mismo. Mirando a los ojos al fracaso, a la mentira, a la manipulación, a la frustración, a la desesperanza de no encontrar salida, a los sueños que aún quedan por realizar, al miedo, a la tristeza y a la injusticia. Mirándome a mí mismo, y mirando a tanta gente a la vez. Levantando mi voz adormilada y dando un puñetazo en la mesa, cogiendo aire y lamiéndole las heridas…Ahora te estoy mirando de frente. Ahora sé que puedo. Ahora sé que siempre podré. Que nunca podrás conmigo.

Sorprendentemente, en poco más de una hora he terminado estas líneas para el Concurso de Relato Corto de mi Facultad que empecé hace más de un mes y que tantas y tantas veces abandoné, hastiado. Un centenar de líneas, a doble espacio, tamaño doce, letra Arial,... Increíble pero cierto.

La temática, novedosa cuanto menos: “Yo vencí la crisis”.


Lucía acaba de acostarse, satisfecha y feliz por tener a papá de nuevo en casa. Antes de irse a la cama, ha entrado en el despacho sigilosa y expectante:

-“¿Me has traído algo papá!?”

-Por supuesto, cariño, claro que sí. ¡Muchas cosas!

-Pero sobre todo, te traigo la más importante: ESPERANZA…







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